jueves, 16 de julio de 2009

Cronica de Opulot Vol.1 La huida.

Krator era una pequeña aldea apartada de la civilización. La vida era cuanto menos rutinaria, la gente se despertaba con el primer rayo de sol y, por regla general, trabajaba en el campo, ya fuera cuidando cultivos o vigilando el ganado día tras día…

En Krator la autoridad no existía, puesto que el número de habitantes era reducido y en general se conocían entre sí.

En cuanto a la economía de la aldea, no era precisamente el punto fuerte, el comercio se basaba en el trueque y apenas había habitantes que poseyeran dinero. Los que lo poseían solían tener la intención de un día marcharse a la ciudad cuando reunieran suficiente…

Dayton siempre hablaba con su mujer de lo felices que serían en la ciudad, siempre decía que él podría trabajar la piedra y que vivirían como reyes. Hacía muchos años que Dayton asumió la costumbre de viajar allí cada cierto tiempo y vender mercancía de su diminuto taller improvisado en su casa. Cuando volvía, siempre traía historias trepidantes que hacían brillar los ojos de su hija mayor Selina y que aterrorizaban a su hijo menor Erathian.

En aspectos generales eran una familia muy atípica en Krator y la gente pese a que eran amables y respetuosos, solían cuchichear a sus espaldas rumores infundados en malas tabernas. Los habitantes de Krator no aprobaban la conducta de Dayton, desaparecer cada cierto tiempo, ese afán de marcharse a la ciudad, como si Krator fuera ridículo para el, el hecho de tener únicamente dos hijos y que solo uno fuera varón.

La gente no confiaba en ellos y eso a Erathian le roía las entrañas, el amaba Krator, amaba cuidar el ganado, se sentía importante cuando conseguía encaminar una res perdida y sobre todo le encantaba tumbarse en la mullida hierba tras una dura jornada bajo los últimos rayos de sol que le acariciaban cálidamente el rostro. El era feliz con eso y tampoco entendía el énfasis que ponía su padre en abandonar aquel estilo de vida.

Hubo un día que rompió la rutina y la calma en Krator, aquel día Dayton regreso de la ciudad. Mientras se aproximaba a la aldea sonrió levemente sentado en el carro tirado por dos caballos viejos que había comprado unos años antes. Cuando hubo llegado a la aldea la gente se asomaba discretamente por los balcones para ver quién era, pese a que lo sabían perfectamente.

Dayton dejo el carro en la cuadra y se arreglo la ropa, se limpio con la mano el polvo que pudo de las botas y lentamente, como si estuviera vivo y no quisiera dañarlo, metió la mano en el bolsillo y saco un diminuto saquito de cuero. En la palma de la mano cayo del interior del saco un colgante redondo con una piedra azul en el centro. Dayton había comprado ese colgante para su mujer con algo del dinero que había ahorrado como compensación por marcharse tan a menudo.

Perfecto – se dijo a sí mismo-

Volvió guardar el colgante y se dispuso a entrar en casa.

Erathian todavía no había regresado a casa, estaba anocheciendo y cualquier otro día estaría tranquilamente descansando en la ladera, el lo sabía y eso le ponía de mal humor.

Hoy podría haber sido uno de esos días en los que acaba la jornada satisfecho pero llevaba un par de horas buscando una res que se había escapado y ni con ayuda de sus dos fieles perros conseguía encontrarla. Finalmente desistió y decidió regresar a casa cuando la noche comenzó a despuntar.

Cuando hubo llegado a su casa se dispuso a dar agua y alimento a los perros y vio el carro de su padre. Sin pensarlo dos veces salió corriendo hacia la casa puesto que, pese a que no compartía su ideología, tenía ganas de verlo.

Abrió de sopetón la puerta esperando encontrar a su padre cansado del viaje como siempre alagándolo por el buen trabajo del hombre de la casa en su ausencia, no obstante, cuando abrió la puerta solo pudo fijarse en un hombre alto con una túnica que le cubría con una capucha el rostro empuñando un grandísimo mandoble ensangrentado. Su padre yacía en el suelo sangrando alarmantemente por el costado, mientras que su madre y su hermana gritaban y lloraban en un rincón temiendo por la vida de Dayton.

Erathian impulsivamente se lanzo hacia el hombre encapuchado dispuesto a combatirlo y salvar la vida de su padre. El encapuchado lo agarro del brazo y le asesto un certero golpe en un lateral de la cabeza con el mango de su espada tirándolo al suelo. Erathian permaneció en el suelo un instante, sentía como se desvanecía y pese a no verlo sabía de qué color era el liquido que resbalaba por su frente… se sintió agotado, sin fuerzas…

Rodo sobre sí mismo y cogiendo una barra de acero que su padre utilizaba para mover las brasas se lo clavo en el pecho al hombre a la altura del corazón, lo había hecho, había salvado a su familia…

Se despertó en una habitación que le resultaba familiar, mas tarde se dio cuenta de que estaba en casa de su tía y recordó lo ocurrido, esperaba ver entrar de un momento a otro a su madre para besarlo como una loca por haberlos salvado, por haber sido tan fuerte, por ser tan valiente. La puerta se abrió lentamente y entro una mujer.

Ah menos mal Erathian te has despertado, no sabíamos si tu también…. – dijo su tía-.

¿Si yo también qué? – contestó este- .

Bueno ya sabes… -le respondió su tía-.

La mirada de incertidumbre de Erathian traspasaba de sobra las paredes de la habitación y su tía se dio cuenta.

¿No recuerdas nada? – le pregunto desconcertada su tía-.

Por supuesto, recuerdo haber matado al hombre que casi asesina a mis padres – dijo victorioso-.

Erathian tus padres y tu hermana murieron la otra noche y no encontramos a ningún hombre… ¿dices que los asesinaron? – le contesto apenada su tía-.

Erathian no pudo evitar mostrar su desconcierto, el recordaba perfectamente el momento, ¿habría sido un sueño? ,¿Acaso cuando le golpearon en la cabeza se desmayo? No quiso siquiera atreverse a insinuarlo, las imágenes se atropellaban unas con otras en su cabeza, su tía lo vio tan afectado que decidió dejarlo solo, y así estuvo cinco días, no comía, no dormía, sólo podía tratar de recomponer lo que pasó aquella noche y sólo le venían ideas a la cabeza que le hacían odiar a su padre, sólo podía preguntarse qué habría hecho su padre para que alguien viniera a matarlo y se llevara por delante a su madre y a su hermana sin escrúpulos. Le obsesionaba, no podía parar de pensarlo y cuando se hubo recuperado un poco salió a la calle a meditar, pero Krator ya no era lo mismo, la gente le hablaba con lastima, todos le trataban como si fuera distinto, pero lo era, era huérfano. Decidió visitar la tumba de sus padres y permaneció allí pensando en la soledad sobre la brutalidad de los hechos acaecidos. Finalmente tomo una decisión, encontraría al asesino de su madre y su hermana, odiaría a su padre por no haber sido capaz de defenderlas, se marcharía de Krator para no regresar, borraría completamente su pasado y haría cualquier cosa por finalizar su acometido.

Una mujer apareció en el cementerio y se fijo en la presencia de Erathian.

¿Erathian qué haces aquí? Tu tía te está buscando como loca – dijo la mujer-.

Dile que me marcho y que no trate de buscarme- le contesto fríamente Erathian sin apartar la mirada de desprecio hacia la tumba de su padre-.

¿Cómo? ¡No puedes marcharte Erathian! – le contesto la mujer perpleja-.

Ah por cierto, no me llames Erathian, me llamo Opulot.

Giro en redondo sobre sus pies y sin mirar atrás renuncio a todo, a todo lo que tenia, a todo lo que alguna vez había amado para prometerse a sí mismo que el seria poderoso, que no sería como su padre, que encontraría al asesino de su madre y le daría muerte de la forma más cruel que se imaginara, disfrutando cada segundo…

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